lunes, 25 de abril de 2016

INOCHIDANE

Esto no es un cuento. Es una trágica realidad.
Escuchando las noticias y viendo las imágenes del reciente terremoto de Ecuador pensé en lo absurdo que es que los seres humanos, todos los seres humanos que navegamos en la misma barca quién sabe hacia donde, nos enfrontemos continuamente en guerras, terror, violencia, contiendas de toda clase cuando la naturaleza ya se encarga periódicamente de asolarnos con grandes catástrofes contra las que poco se puede hacer.
Rikuzentakata es un pueblo de la costa este del Japón que fue arrasado por el tsunami de 2011. En la sección La Contra de La Vanguardia (20-4-16) un superviviente, Teiichi Sato, un sencillo  vendedor de semillas, que vio su pueblo devorado por el agua, dice: " Ya no había carretera. No había nada. El silencio era sobrecogedor. Me quedé en blanco. No podía dejar de llorar. Deseé estar muerto."


Es difícil imaginar lo que representa volver a casa y ver que ya no hay calle, ni casa ni nada de todo lo que forma nuestra vida diaria. Ni paredes, ni muebles, ni enseres, ni ropas, ni libros ni los mil recuerdos acumulados a lo largo de los años, simples o valiosos, irremplazables.
Darse cuenta de que se conserva la vida y si también se han salvado nuestros seres queridos la simple función de respirar alcanza valores inigualables en la bolsa de la existencia aunque no tengamos nada más.
Teiichi Sato dice que cuando vagaba como una sombra por el desnudo paisaje se encontró con otro superviviente que le dijo:" Todo ha desaparecido pero nosotros seguimos vivos. Seamos fuertes, seamos felices, querido vendedor de semillas, porque así es la vida".
Sato sobrevivió y se sobrepuso al dolor. Reconstruyó su tienda con escombros y cavó un pozo con un cucharón y sus propias uñas. Sato habla de sembrar esperanza y de inochidane que significa "la semilla de la vida", un concepto que nació de "vida" y de "semilla" y de la necesidad de trabajar juntos y solidarios por la reconstrucción.


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