martes, 25 de julio de 2017

MADAGASCAR

(De mi libro "Curso del 17")

Me diste un bolígrafo sin tinta.
"Para que lo tires", dijiste.
Yo te pedí que me esperaras porque había perdido el abrigo, la cartera y las llaves
pero no me esperaste.
Y me fui a la isla
donde los lémures de cola anillada
toman baños de sol cada mañana,
donde los camaleones pelean con otros camaleones
para conservar su rama,
donde no muere nunca y no tiene flor
una extraña planta.
Abrazada por el Índico,
fue separada de Gondwana,
lejos del hombre,
cuando el pájaro-elefante volaba sobre el manglar...

Pero no me esperaste.



martes, 28 de febrero de 2017

INVENCIBLE

(De mi libro "Curso del 17")

Cuado estudiaba Bachillerato, en mi libro de Historia apenas había unas líneas dedicadas a la Armada Invencible: Felipe II se enfrentó a Isabel I de Inglaterra con un armada que fue destrozada por la tormenta. Y la famosa frase del rey español: "Yo no envié mis barcos a luchar contra los elementos". ¡Vaya! Y eso estaba escrito en un libro publicado bajo la censura franquista cuando supuestamente había que hablar de la Gloria de Imperio Español y de la Grandeza de la Patria. Pues aquellos historiadores, muy mal informados, perdieron una gran ocasión de magnificar el poder de la armada española y la supremacía de que disfrutaba en aquellos momentos en todos los mares. Silenciaron el temor de Inglaterra a ser vencida con su flota de barcos muy inferior a la española, la inteligente maniobra de los británicos a la salida del puerto de Plymouth, atacando con cañones a los barcos españoles que estaban esperando el abordaje y lo único que conocían, la lucha cuerpo a cuerpo. No hablaron de las rivalidades entre el duque de Medina-Sidonia, puesto al mando de la flota española pero con escasa experiencia marítima, y Juan Martínez de Recalde, segundo comandante de la Armada. No mencionaron la hábil hazaña de Sir Francis Drake, pirata al fin, desmantelando el navío "Nuestra Señora del Rosario", abandonado por los españoles en medio del ataque inglés, y apoderándose de su valiosa carga. No, los historiadores, si es que los autores de mis textos de Historia los consultaron, no hablaron de lo que representaba entonces la lucha de católicos contra protestantes, cuando el dominio de la religión era poder. La cultura también debería ser poder. Por desgracia, parece que la ignorancia sigue siendo invencible.




martes, 24 de enero de 2017

BARRIO


(De mi libro "La ciudad pintada en la pared")

¿Qué parte de la ciudad es ésta de calles estrechas e inhóspitas, de casas viejas repintadas de un viscoso y repelente gris? ¿Cómo se llama esta plaza, grande y vacía, de árboles raquíticos sin hojas ni ramas, como pálidos esqueletos en torno a los bancos solitarios y los espacios huecos, donde nadie descansa y ningún niño juega? ¿A qué santo está dedicada esa iglesia de piedra sucia que se levanta al fondo como tenebrosa fortaleza para albergar toda desesperación y cerrar las puertas a toda esperanza?



"Plaza de la Virreina" dice un cartel mugriento. ¿Qué virreina? ¿Qué triste dama de un pasado incierto mereció el dudoso honor de dar nombre a la desolación?
Plaza de la Virreina, calle de la Virtud, esquina al callejón del Vicio.¿Quién se atrevería a mandar una carta a esa dirección?
Sin embargo, a pocos pasos, se extiende una hermosa rambla soleada, con arbolitos tiernos, recién plantados, parterres floridos y cómodos asientos. Hay tiendas de colores alegres y cafeterías de las que sale un tentador aroma de café caliente y bollos artesanos. Y, en medio, un cine nuevo, ni muy grande ni muy pequeño, que proyecta películas importantes en V.O y convoca a un nutrido grupo de estudiantes y jubilados todos los lunes.
Desde un cartel coloreado, una niña vietnamita, convertida en china, mira a lo lejos con sus ojos serenos hacia la iglesia tenebrosa de la plaza vecina, contempla compasivamente los bancos vacíos y los árboles muertos y un áspero irlandés, convertido en griego, inicia una sonrisa.
Aquí todo se vuelve cálido y seguro mientras fuera se va apagando el sol, el color de la tarde y los olores sabrosos. La historia transcurre entre el dolor y el opio, un gato con la pata rota y el peso muerto de la familia indeseable.
El nombre de una virreina anónima como epitafio de una plaza olvidada se desliza entre el diablo y el mar, hondo y azul.
Y sólo queda el amor perdurable de los extraños.