martes, 18 de octubre de 2016

PLAYA DE OTOÑO


La masa de agua gris y cambiante oscila incesantemente, tenaz, mesurada, insensible, siempre igual. Sobre ella, la masa rosa de nubes y la masa dorada de sol se alinean perfectamente únicas. Y más allá, azul y lejanía.

 
Poco a poco, se van fundiendo rosa y oro. El azul se hace gris y la masa fría del agua se tiñe de intenso color nocturno.
Las gaviotas cruzan en vuelo diagonal y amenazante tras los cristales del ventanal y un pájaro perdido huye de su acoso implacable.
En la vecina costa, frente a la playa que se esconde bajo la terraza, se ha encendido un ejército de luces, temblando al unísono en disciplinada formación, mientras muere la tarde. Una, más lejos, diminuta y solitaria, anuncia quizás una barca de pesca o una estrella caída.
Llega la noche. El mar y el cielo se confunden. Son sólo una gran masa negra con puntos rojizos y parpadeantes al fondo.
Los pájaros duermen y en los cristales del ventanal se refleja la pared blanca, las camas gemelas, un horrible cuadro con dos enigmáticas VV, color de sangre, el sofá indescriptible, las incómodas sillas y, apoyada en la almohada, la mujer que escribe frente al mar. A su lado, un libro, con una cita en la primera página: "No mires en el vacío interior".
La oscuridad empieza a invadir la fría, indiferente, impersonal habitación de hotel, asomada a la playa de otoño.