sábado, 9 de abril de 2016

LOS OJOS DEL GORILA





Me está mirando fijamente. Sus ojos son redondos y oscuros. Canicas brillantes en un rostro inexpresivo. No parpadea. No se mueve. Se diría que quiere absorber de mí toda la información posible.Y me pregunto qué piensa, si piensa. Qué pasa por su pequeño cerebro, qué datos le aporta su memoria genética de aquel momento en que nuestros comunes antepasados se dividieron, se separaron para no volver a encontrarse nunca.
En cierto modo, me gusta. Tiene un aire desafiante, aunque tranquilo. No parece peligroso, pero creo que es mejor no irritarle. Sé por experiencia hasta donde pueden llegar sus paroxismos de furia.
Estamos prácticamente solos en esa hora cercana al anochecer, cuando apenas falta una para que el zoo cierre sus grandes y pesadas puertas.
Padres y niños se han alejado bulliciosos hacia el blanco hábitat de los osos polares y los pingüinos. Cerca, un melancólico elefante africano balancea su trompa y emprende torpemente un baile inseguro - dos pasos hacia adelante, un paso hacia atrás y otra vez hacia adelante - para huir del calor irritante y las persistentes moscas.


El último sol se derrama en la arboleda del fondo y sobre nuestras cabezas, un águila inicia un engañoso vuelo de libertad con las alas cortadas.
Es la hora de la cena. Los cuidadores empiezan a repartirla a los leones, dos machos perezosos que apenas echan una mirada indiferente a los grandes trozos de carne roja que quedan sobre las piedras como reses puestas a secar.


Los flamencos han dejado de alborotar sus plumas en busca de pequeños insectos torturadores y se mantienen quietos, como abanicos japoneses pintados de rosa con el mango negro.
Un ave tropical deja escapar un grito extrañamente civilizado. Es casi una pregunta que resuena en todo el parque. "¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?".
Sus ojos me siguen mirando fijamente. Entre los dos, sólo los barrotes de la jaula y la cámara digital.
Estoy cansado. Yo también empiezo a tener hambre. Pronto la noche cubrirá el recinto con su oscuro y confortable abrigo lleno de mil ruidos discordantes.
Aparto mis manos de los barrotes y camino hacia la casa de piedra donde me espera la cena y una hembra nueva que parece bastante arisca.
Al volver la cabeza, veo alejarse al hombre que me ha estado mirando fijamente toda la tarde.


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